La lengua
española es una de las más usadas en Internet, pero esto también puede llegar a ser perjudicial, sobre todo porque pueden llegar a contagiar errores ortográficos o de expresión. Muchos internautas les dan un
toque personal o divertido a sus reflexiones, pero hay que tener en cuenta que estamos inmersos en una
época donde el error gramatical de uno es compartido por otros,
una vez los vemos, guardamos esa información instintivamente en la memoria
donde el día a día va dejando mella a las costumbres al escribir.
Este artículo de
EL PAÍS nos muestra los
errores más comunes que las redes sociales han provocado en nuestra lengua:
Cosas feas que Internet le ha hecho al castellano.
'A ver' y 'haber'. Los puntos
suspensivos. La falta de comas. Cuando parecía que habíamos superado a los SMS,
Internet nos trajo estos regalitos.
Hay contenidos en la Red que no son aptos
para menores de edad y otros que pueden herir la sensibilidad de la audiencia,
pero comienza a resultar imprescindible un tercer tipo de advertencia: aquella
que informa al internauta de que está a punto de presenciar la violación
sistemática de la ortografía y la gramática castellanas. Un espectáculo snuff
nada agradable para estómagos sensibles y cerebros educados con los
cuadernillos Rubio, y que, en el caso de profesionales y amantes de la lengua,
puede desembocar en patologías que van desde el desprendimiento de retina hasta
la autoextracción de los globos oculares.
Dirijamos el dedo acusador hacia nosotros
mismos. Internet es así porque nosotros lo hemos hecho así. Y aunque también ha
hecho evolucionar la lengua incorporando nuevos términos a nuestro vocabulario
(la RAE ya admite tuit: guasap, el siguiente eres tú) y no todos gustan de
sodomizar el idioma, lo cierto es que un número cada vez mayor de estas
perversiones online empieza a trasladarse al mundo analógico, como asegura
Carmen Galán, Catedrática de Lingüística General de la Universidad de
Extremadura.
Es la ciudad sin ley gramatical. El imperio
del todo vale. El apocalipsis ortográfico. Y estas son sus seis plagas:
Signos
de puntuación negativa. Galán
asegura que sus alumnos de la Universidad de Extremadura más que utilizar las
comas, las lanzan sobre el texto como quien vierte un puñado de fideos en la
sopa. “Es cierto que cuando hablamos no decimos: ‘Te quiero, punto y aparte’.
Pero sí hacemos pausas reflexivas que cada vez se reflejan menos en los textos.
Puntuar bien es fundamental para entender todo el sentido de las oraciones”,
apunta la catedrática. Ya saben: a la pregunta ¿te apetece hacer un Blablacar
con Esperanza Aguirre? no es lo mismo responder ‘No aspiro a un compañero
mejor’ que ‘No, aspiro a un compañero mejor’. De entre todos los signos de
puntuación, el punto y coma es el que está en peligro de extinción extremo,
según Galán. Pero, sin que sirva de precedente, no culparemos a Internet de
ello.
Pasamos
de poner un punto, pero si son tres no hay quien nos pare. Tal cual. Si la excusa para cometer casi
todas estas aberraciones es que así ahorramos caracteres, ¿por qué tantos
tuits, entradas de Facebook y mensajes están plagados de puntos suspensivos
como si una epidemia de varicela hubiese inundado la Red? “Se supone que los
mensajes se transmiten entre gente conocida con la que compartes ciertos
presupuestos y códigos, así que tienden a ser más emotivos que descriptivos. En
ellos predomina el contenido afectivo y se emplean mucho los puntos suspensivos
para cerrar una secuencia sin acabar, porque sabemos que la otra persona es
capaz de completarla”, trata de argumentar Galán.
Interrogación
interrumpida. La catedrática
Carmen Galán no cree que el hecho de que la práctica desaparición de los signos
iniciales de interrogación y exclamación se deba únicamente a la influencia
anglosajona. En su opinión, se trata de otra cuestión de vagancia. Aunque tiene
poco sentido mostrarnos tan rácanos al principio de una frase, cuando pocas
veces bajamos de los tres signos al final de la misma. “Solo se ponen al final
y están empezando a cambiar de función. La exclamación se utiliza
fundamentalmente para marcar el énfasis”. Si existe una petición en Change.org
para que se erija una estatua a Rosendo en Carabanchel, ¿no merecen el ¡ y el ¿
una campaña para evitar su muerte?
A-K-Báramos: Si lo piensan bien, como invita a hacer
Galán, no tiene mucho sentido. “Es cierto que cuando aparecieron los SMS tenía
su lógica abreviar las palabras porque se pagaba por caracteres. Y puede
entenderse, incluso, que en Twitter, a veces, necesitemos rascar dos letras.
Pero, ¿por qué k? Que no empieza por k y la ksuena ka no ke”. ¿Es un acto de
rebeldía? ¿Una reivindicación anarquista, punk? En el teclado de los móviles y
de los ordenadores, la q es la primera letra de todas (si seguimos el orden
tradicional, derecha-izquierda, arriba-abajo). Solo existe un misterio más
inexplicable que el de la k: ¿por qué no existe un emoticono que reproduzca el
gesto de vomitar?
Bomba
H. “En esa urgencia que nos hemos
autoimpuesto por comunicar constantemente todo lo que nos sucede, hemos
terminado aceptando la siguiente excusa: como me van a entender igual, puedo
escribir como me dé la gana. Además como el castellano tiene la ventaja de que
puede leerse fonéticamente y las h son mudas ¿Para qué las necesito?” ¿Y para
qué necesitamos el por favor y el gracias? ¿Y el hola? ¿De verdad suprimir las
h supone un ahorro energético tan relevante en nuestras vidas? ¿El tiempo que
empleamos en teclear esta letra nos daría para aprender un nuevo idioma,
conseguir unos abdominales como los de Ronaldo o sacarnos el carné de conducir?
¿En un mundo sin h seríamos más listos y más guapos (y ya no necesitaríamos el
transporte público)?
A ver
ese haber. El número de tuits en
los que alguien escribe a ver cuando en realidad se refiere al sinónimo del
verbo existir resulta espeluznante. Prueben a hacer la búsqueda. “Es cierto
que, en muchos casos y desgraciadamente, pueden ser faltas de ortografía
inintencionadas. Pero hemos aceptado que en las redes sociales se escribe como
se habla: a ver y haber suenan igual, así que no nos importa cómo se escriban
porque es el contexto del mensaje el que determina si nos referimos a mirar o
existir, y así lo van a interpretar nuestros interlocutores. Lo mismo está
sucediendo con porqué o por qué y haya o halla o allá”, señala Galán.
Carmen Mañana, El País, 24 septiembre 2014