Marcos Díez ha escrito un artículo de opinión sobre la cultura como generadora de empleo. Destacaremos esta frase
"la cultura contribuye al crecimiento de nuestra economía, pero no debería convertirse en un instrumento económico porque si eso sucediera dejaría de ser una herramienta al servicio del espíritu humano"
ARTÍCULO:
La cultura como motor de desarrollo
La creación de una mirada crítica y el placer intelectual son tan
importantes como la rentabilidad
La cultura genera siete millones de puestos de trabajo
en Europa, una cifra mayor que si sumáramos todos los empleos creados por las
telecomunicaciones, la industria química y la automoción. Se sitúa así como el
tercer sector con más empleo directo de Europa. Además, factura anualmente
535.900 millones de euros. Lo dice un reciente estudio encargado por las
sociedades de autores europeas. Estos datos (hay otros muchos estudios de conclusiones
similares) reflejan que el sector cultural contribuye de manera cada vez más
importante al desarrollo económico.
Que la cultura genere empleos y que esos trabajos
posibiliten que las personas vivan dignamente es algo bueno. Que la cultura sea
parte de la economía (qué no lo es) ayuda a su difusión y multiplicación.
Mercantilizar un bien cultural no implica que ese bien tenga por ello menos
calidad o sea menos verdadero que un bien cultural no mercantilizado. Con todo,
pienso que hay matices muy importantes y que la cultura dentro del ecosistema
económico debe ser tratada de un modo singular.
El discurso actual gira principalmente alrededor de la
economía como posibilitadora de que las cosas puedan ser o como causa de que no
sean. En este contexto, la cultura parece que se está viendo obligada a
justificar su existencia solo en base a las reglas de la economía. Hablamos,
así, de una inversión que genera un retorno, de industrias culturales, oferta,
demanda, empleos, aportación al PIB y un largo etcétera. En los últimos tiempos
la cultura se presenta, además, como el origen de una creatividad que capacita
a las personas para innovar, ser flexibles y adaptarse a los cambios. La
creatividad parece ser el santo grial en la sociedad del emprendimiento.
Sin embargo, si la cultura solo justifica su
existencia a través de la rentabilidad económica buena parte de las expresiones
culturales estarán condenadas a desaparecer por no ser rentables o sostenibles,
por no tener demanda o no aportar saberes útiles para la búsqueda de un empleo.
Salta a la vista que la cultura que no tiene una utilidad laboral clara está
quedando poco a poco arrinconada en la educación. Los saberes no utilitarios
son desplazados por los saberes prácticos que nos permiten acceder a las cosas
importantes como el trabajo. Los que defienden una cultura que no genere
beneficios prácticos o económicos parecen unos ingenuos alejados de la
realidad. La educación, mientras tanto, va dejando a un lado la filosofía, el
latín o el griego, la historia, la literatura o, más dramático aún, el
conocimiento de la lengua sobre la que se articula el pensamiento. El escaso
dominio de la lengua es grave porque sin un buen conocimiento del lenguaje no
se puede aspirar a la construcción de un pensamiento propio que nos haga un
poco más libres y nos permita hacer frente a manipulaciones de toda índole.
La creatividad
parece ser el santo grial en la sociedad del emprendimiento
Pese a todo, el aprendizaje de la lengua no parece hoy
en día una prioridad. Según el Programa Internacional para la Evaluación de la
Competencia de los Adultos, dependiente de la OCDE, solo 30 de cada 100
españoles pueden afrontar con cierta solvencia textos largos no complicados y
solo 5 de cada 100 tienen una comprensión lectora que les permite leer textos
complejos y extensos. ¿Nos interesa realmente la cultura o nos interesa la
economía que la cultura genera? Si lo que interesa es la cultura cabe preguntarse
si no convendría, en primer lugar, fomentar el conocimiento del lenguaje para
no encontrarnos con unos productos culturales cada vez más simplificados con el
fin de favorecer su consumo.
El principal problema es que si aceptamos que el
debate sobre la cultura discurra únicamente alrededor de lo económico la
cultura o será rentable o no será. Si aceptamos justificar la necesidad de la
cultura solo con cifras económicas nos quedará una cultura reducida al producto
que se consume, sin importar su calidad, y que solo existirá si genera
beneficios monetarios.
La cultura es una parte de la economía, muy bien, hay
que cuidar y potenciar ese sector que genera empleo y contribuye al bienestar,
pero sin olvidar que el fin económico no debería condicionar por completo lo
que se hace o deja de hacer. La cultura que se interioriza, por suerte, es eso
que no se puede comprar porque solo se puede acceder al conocimiento que se
deriva de ella a través de un esfuerzo personal que no se puede delegar en
nadie ni en nada. El conocimiento que se obtiene a través de la cultura es el
camino para todo ser humano que, como dice el poeta Rafael Cadenas, aspire a
ser completo, a conocerse y a darse a conocer. Si no tenemos eso en cuenta
habremos perdido de vista algunos de sus valores esenciales, entre ellos la
creación de un pensamiento crítico, el placer intelectual y estético, la
búsqueda de la belleza o esa cosa maravillosa que es hacer algo por el simple
hecho de hacerlo, porque tenemos curiosidad o ganas de saber, sin que haya un
fin concreto o la búsqueda de un beneficio tangible.
La cultura puede contribuir al crecimiento de la
economía, claro que sí, de hecho lo hace, pero no puede convertirse en un
instrumento económico porque si eso sucediera dejaría de ser una herramienta al
servicio del espíritu humano.
Marcos Díez, escritor
y poeta, es director de la Fundación Santander Creativa.